El Boletín Islámico Numero 13 Pag 4 Para aumentar el rendimiento de sus campos y huertos, los musulmanes ampliaron las antiguas obras de regadío que habían encontrado en la isla y construyeron un gran número de embalses y torres de agua, muchos de los cuales sobreviven hasta nuestros días. En el ámbito del arte culinario siciliano, los musulmanes tuvieron un profundo efecto. Influyeron en la cocina de la isla con un inconfundible toque árabe. Aunque los platos sicilianos, a partir del año 1000 a.C. aproximadamente, tomaron mucho prestado de los conquistadores griegos, fenicios y romanos, no fue hasta el siglo IX d.C. cuando adquirieron el carácter actual. Los ricos alimentos de Oriente Medio, las frutas confitadas y las verduras rellenas, los nuevos métodos de conservación de los alimentos, el secado de frutas y verduras y el arte de la destilación, fueron algunas de las aportaciones de los árabes a la cocina siciliana. Hoy en día, los platos de la isla son más atrevidos que los del resto de Italia. Son más picantes y dulces que los de la península; incluso la pasta se hace picante. Varios escritores que han estudiado el arte culinario de la isla han llegado a la conclusión de que casi todo lo que difiere en la cocina siciliana de la continental es herencia de los musulmanes. La repostería es quizá la aportación más importante de los árabes a la cocina siciliana. Cuando los musulmanes introdujeron el azúcar en la isla, hicieron posible toda una serie de postres. Los dulces de almendra y la elaboración de helados y sorbetes se introdujeron en Sicilia y se extendieron al resto de Italia y, así, a toda Europa. Sin duda, los dulces árabes a base de miel se encuentran por toda Sicilia. La población musulmana en Italia es de casi 30.000 personas. Durante años, la comunidad de Roma se ha visto obligada a rezar en un anexo del Centro Islámico, en el barrio residencial Parioli de la ciudad. Dos décadas después de que el difunto rey Faisal de Arabia Saudí propusiera la idea, los musulmanes de Roma han empezado a rezar en su propia mezquita -una magnífica estructura con 17 cúpulas, cuya sala de oración puede albergar a 2.000 personas a la vez. ESPAÑA La historia nos cuenta poco sobre Tarif ibn Malik, el oficial bereber que desembarcó en España en los primeros meses del año 710 d.C. al frente de una misión de reconocimiento de 100 soldados de caballería y 400 de infantería. Pero el lugar donde desembarcó se llama Tarifa en su honor, e Ibn Malik, como primer musulmán que entró en España, ocupa un lugar de honor en la larga lista de nombres -marcas históricas verbales- que atestiguan 800 años de civilización musulmana en al-Andalus. Pisando los talones a Tarif llegó el notable jinete Tariq ibn Ziyad, que desembarcó en la bahía de Algeciras, nombre derivado del árabe alYazirah al-Jadra' -Isla Verde-, que es probablemente como aquellos guerreros del desierto veían la fértil España. Tariq, al frente de su caballería ligera, arrasó la Península Ibérica hasta el golfo de Vizcaya. Su nombre se perpetúa donde comenzó su campaña, en Gibraltar, Jabal Tariq, o Montaña de Tariq. Los musulmanes dejaron 6.500 palabras - durante su dominación y la difusión de los topónimos árabes por toda la península nos dice mucho sobre el flujo y reflujo de la conquista y asentamiento árabes en lo que hoy es España y Portugal, y proporciona una tentadora visión de las mentes de los soldados, geógrafos, poetas y gente sencilla que llegaron, hicieron de España su hogar y - al crear una cultura única - dieron tanto a cambio a la tierra. Al igual que los discos de cerámica azul que señalan los edificios históricos de Londres o las placas de aluminio fundido que identifican los campos de batalla de Texas, los nombres de la tierra en España nos recuerdan los acontecimientos pasados que dieron lugar al presente. Los topónimos árabes son más comunes en los alrededores de Valencia (llamada Balansiyah en árabe) y en los alrededores de Málaga (Malaqah), Granada (Gharnatah) y Sevilla (Ishbiliyah), a pesar de los numerosos cambios impuestos por Fernando e Isabel tras la reconquista. Quedan pocos vestigios de la presencia árabe, sin embargo, en Galicia, Asturias y partes de Navarra, Aragón y Cataluña, montañosas, inhóspitas y más fácilmente defendibles frente a los invasores. Además, sabemos históricamente cómo se frenó el avance musulmán en Cantabria hacia el año 718 y en Aragón más o menos en la misma época. Esto ayuda a explicar por qué sólo el 30 por ciento de los topónimos árabes de España se encuentran al norte del río Tajo, mientras que más del 65 por ciento aparecen al sur de esa línea. Sólo podemos adivinar la identidad de los geógrafos, caciques, soldados o colonos que dieron nombre a los distintos lugares y accidentes naturales que descubrieron a su paso por el país. Pero registraron fielmente las imágenes que sus mentes evocaban, y está claro que la incidencia de arroyos, ríos y tierras altas fue lo que más les llamó la atención. La sílaba guad-, de wadi, que significa río o valle, aparece con frecuencia: Pensemos en Guadalquivir (al-Wadi al-Kabir, gran río), Guadalcazar (Wadi al-Qasr, río del palacio), Guadalhorra (Wadi al-Ghar, río de las cuevas), Guadarranque (Wadi al-Ramakah, río de las yeguas), Guadalquitton (Wadi al-Qitt, río de los gatos), Guadalajara (Wadi alHijarah, río pedregoso), Guadalbacar (Wadi al-Baqar, río ganadero), Guarroman (Wadi al-Rumman, río granado), Guadalaviar (al-Wadi alAbyad, río blanco) y Guadalimar (al-Wadi al-Ah- mar, río rojo). Algunos ríos tienen nombres que suenan árabes, pero cuya derivación es incierta, como Guadalertin, que algunos eruditos creen que procede de Wadi al-Tin, que significa río de lodo o de higos, o Guadalbanar, que quizá proceda de Wadi al Harb, río de la guerra, o de Wadi al-Fanar, río de la casa de la luz. Otros topónimos también nos ofrecen imágenes visuales: Alhambra (al-Hamra', la [fortaleza] roja), Arrecife (al-Rasif, el camino empedrado), Almazara (alMa'sarah, la prensa de aceite), Aldea (al-Dai'ah, el pueblo pequeño), Alquería (al-Qariyah, el pueblo), Alcántara (al-Qantarah, el puente) y Trafalgar, derivado del nombre del cabo, Taraf al-Ghar, que significa Punta de la Cueva. La palabra árabe madinah, o ciudad, aparece ocasionalmente en topónimos españoles -por ejemplo, Medinaceli (Madinat Salim, la ciudad de Salim), Medina-Sidonia y Medina del Campo-, mientras que el descriptivo qal'ah, que significa fortaleza o castillo, se encuentra en Aragón en Calatayud o castillo de Ayyub, en referencia a uno de los líderes clave durante los primeros años de al-Andalus, así como en la vieja Castilla en Calahorra (de Qal'at al-Hajar, castillo de piedra, o quizá al-Qal'ah alHurrah, castillo libre) y en la nueva Castilla en Calatrava (castillo de Qal'at al-Rabah). En total, la palabra qal'ah se encuentra incrustada en al menos otra media docena de topónimos. El uso del prefijo benor beni-, del árabe ibn, hijo de, o bani, hijos de, en los nombres de ciudades y otros asentamientos nos permite vislumbrar algunas de las primeras familias musulmanas que se asentaron en España. Así ocurre en localidades como Benevites, Beniajar, Benanata, Benicalaf, Bentarique y Benadid. Entre los topónimos de origen árabe también destacan los elementos naturales y las construcciones humanas: Alborg (al-Burj, la torre), Albufera (al-Buhayrah, el lago), Almeida (al-Ma'idah, la mesa del comedor), Alpujarras (probablemente de al-Bajra, el altiplano), Almería (al-Mirayah, el espejo), Alqezar (al-Qasr, el palacio), Almansil (al-Manzil, el lugar de parada o la casa), Almenara (al-Manarah, el faro o la torre de la mezquita, de donde, a través del turco, procede nuestra palabra inglesa minaret) y Almaden (al-Maydan, el campo). Aunque varios autores del siglo XIX y principios del XX -entre ellos Gayangos, Weston, Taylor, Pihan, Perceval y de Sousa- han recogido estas derivaciones, aún no se ha realizado un estudio exhaustivo de los nombres de origen árabe en España. Lo mismo ocurre en tierras más allá de las fronteras españolas: En Francia, no lejos de Pau -en lo que debió de ser una importante ruta a través de los Pirineos- hay una fuente que aún se llama La Houn, del árabe al-'Ain, el pozo o manantial. Y puede que merezca la pena buscar nombres árabes en la Italia peninsular, donde las columnas árabes sondearon durante los siglos VIII, IX y X, en Sicilia e incluso en Suiza, donde persisten hasta hoy las leyendas de guerreros árabes perdidos que se asentaron en valles remotos. Allí, al igual que en el sur de España, los nombres de la tierra registran la historia.
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