El Boletin Islamico Edicion Numero 8

Como ex-ministro y dignatario de la iglesia Cristiana, llegó a ser mi deber moral iluminar a aquellos que continúan caminando por la oscuridad. Después de convertirme al Islam, sentí una gran necesidad de ayudar a aquellos que no han sido todavía bendecidos el experimentar la luz del Islam. Agradezco a Dios Todopoderoso, Allah, por tener compasión de mí, habiéndome hecho conocer la belleza del Islam como fue enseñado por el Profeta Muhammad (saws) y sus seguidores rectamente guiados. Es sólo por la compasión de Allah que recibimos la verdadera guía y la habilidad de seguir el camino correcto la cual lleva al triunfo en esta vida y la del más allá. De niño fui criado con un profundo temor a Dios. Habiendo sido parcialmente criado por una abuela que era una fundamentalista en el Pentecostés, la iglesia se habiá transformado en una parte integral de mi vida a una edad muy temprana. Cuando cumplí los 6 años sabía muy bien todos los beneficios que me esperaban en el Cielo por ser un niño bueno, y el castigo que les esperaba en el Infierno a niños malos que se portasen incorrectamente. Mi abuela me enseñó que todos los mentirosos estaban condenados a irse al fuego del Infierno en donde se quemarían por siempre y para siempre. Mi madre tenía dos trabajos a tiempo completo y continuaba recordándome las enseñanzas dadas por su madre. Mi hermano menor y mi hermana mayor no parecían tomar muy enserio las advertencias sobre el más allá de la abuela, como yo lo hacía. Recuerdo que cuando veía a la luna llena tomar un profundo tono colorado, yo comenzaba a llorar porque me enseñaron que cuando la luna se pusiera roja como la sangre sería un signo del fin del mundo. A los 8 años comencé a desarrollar tal temor a lo que pensaba eran señales, tanto en la tierra como en el cielo, sobre el Fin del mundo que verdaderamente tenía pesadillas sobre como sería el Día del Juicio Final. Nuestra casa estaba cerca de las rieles del tren los cuales pasaban con mucha frecuencia. Recuerdo que era despertado por el horrendo sonido de la locomotora pensando que había muerto y estaba siendo resucitado después de escuchar a la trompeta. Estas enseñanzas se fueron ajustando profundamente en mi joven mente mediante una combinación de enseñanzas orales y por la lectura de una serie de libros para niños conocidas como la Historia de la Biblia. Cada domingo teníamos que asistir a la Iglesia vestidos de la mejor manera y mi abuelo nos brindaba el medio de transporte. La misa duraba a mi parecer horas, sabíamos llegar como eso de las once de la mañana y no salir hasta a veces tres de la tarde. Recuerdo que en muchas ocasiones me quedé dormido en el regazo de mi madre. Cuando a mi hermano y a mi se nos permitía salir de la Iglesia, entre la conclusión de la escuela del domingo y del servicio de adoración de la mañana, ibamos a sentarnos con nuestro abuelo junto a las vías de tren para ver los trenes pasar. Él no iba a la Iglesia, pero se encargaba que la familia estuviera allí cada domingo. Algún tiempo después él sufrió un ataque lo cual lo dejó parcialmente paralítico y como resultado ya no pudo asistir a la Iglesia de manera regular. Este periodo de tiempo sería una de las etapas más cruciales en mi desarrollo. Por una parte me sentí aliviado de ya no tener que asistir a la Iglesia, pero por otra sentía la urgencia de ir por mi cuenta de vez en cuando. A la edad de los 16, comencé a asistir a la Iglesia de un amigo cuyo padre era el pastor de ahí. Ésta era una pequeña tienda en donde sólo la familia de mi amigo, yo y otros compañeros de clase éramos miembros, lo cual funcionó por varios meses hasta que un día la iglesia se cerró. Después de graduarme de secundaria y entrar a la Universidad, redescubrí mi compromiso religioso y me interesé completamente en las enseñanzas basadas en el pentecostés, fui bautizado y “llenado con el Espíritu Santo”,

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